Durante el imperio incaico el Estado se encargaba de sostener a la Iglesia, un caso único en la América indígena. Los fines principales de la iglesia eran el incremento de las reservas alimenticias y la curación de los enfermos.
El dios supremo era Viracocha. Era inmortal y era el creador de todas las cosas de la tierra y el universo.
También fueron adoradores del Sol, Inti, el dios principal, protector de la dinastía real. Se lo presentaba con una humana de la que salían rayos. Tenía un templo, el Coricancha. Le seguía en importancia el dios del Trueno, llamado Illapa, el agua de la lluvia –creían que venía de una fuente celestial–. La Luna, Manaquilla, era la esposa del Sol.
El planeta Venus, era muy importante consideraban que cuidaba a los humanos. El grupo de estrellas de las Pléyades protegía a las semillas.
Las diosas, de la tierra, Pachamama; y Mamacocha, del mar, eran muy importantes para la agricultura y la pesca.
Las ofrendas a los dioses se colocaban en altares, a la vera de los caminos, eran llamados huacas. Existían también santuarios de piedra para orar, llamados apachetas.
También reverenciaban a las cumbres cubiertas por nieves eternas. Lo significativo es que, prácticamente, no tenían templos pues, las ceremonias religiosas se desarrollaban al aire libre, en patios, que estaban en los centros ceremoniales.
El culto de los muertos era importantísimo. Después de la muerte, las personas eran momificadas y transcurrido un tiempo, eran llevadas a sus casas.
Los sacerdotes estaban divididos en categorías, el Sumo Sacerdote llevaba el nombre de Villac Umu, y era siempre algún pariente cercano del Inca.
Para obtener el perdón de los pecados, los fieles debían confesarse ante el sacerdote.
También creían en la adivinación y en la interpretación de presagios.
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